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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -94



A fuego lento se esponjan las alubias en la cazuela, su caldo engorda a borbotones como pedos de ópera. En el volcán de al lado, unos chipirones encebollados se tersan en magma negro. Los sentidos del olfato y del paladar se alían para excitar a los comensales, que nerviosos meten prisa al cocinero. Pero los alimentos tienen su tiempo, independiente del hambre. A través de los cristales se ven gotas de lluvia balanceándose en la cuerda del tendedero. Este invierno dura cinco meses, pero la experiencia nos dice que pronto hablarán de sequías y de antropocentrismo en el origen del cambio en el clima. La memoria es tramposa, depende de nuestros prejuicios, según su naturaleza nos vamos acordando. El planeta estaba antes que nosotros y seguirá después. Somos, en muchas ocasiones, criaturas ridículas. La hogaza de pan con masa madre espera hecha rebanadas en el centro de la mesa. El pan hará el prelavado de los platos, el pan hará la labor para la que no fueron inventados los cubiertos. El pan es el nexo de unión de nuestras manos con los alimentos humeantes. Desde la sala llega la voz de Ana Rosa hablando del asesinato que una mujer ha cometido sobre un niño de ocho años. El país se conmociona. La maldad no deja de sorprendernos. No me explicó por qué. Surge un debate sobre la vileza humana. Se encrespan los ánimos con las opiniones discordantes, hasta que desde los fuegos de la cocina llega un inequívoco olor a quemado. Todos callan de repente. El cocinero está apesadumbrado, los comensales segregando una afligida saliva. Alguien abre una botella de vino y se llena el vaso hasta el borde.

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