El asesinato de un niño conmueve al país. El bellaco que ve la televisión nota alivio al comprobar que el mal no es de propiedad privada. ¡No soy un bicho raro, hay más como yo! Cuanto más conoce la iniquidad de la naturaleza humana, empezando por la suya, más cree en Dios. Qué alternativa le queda: ¿mejorar? Quien contemple esa opción no conoce el material averiado que hemos construido. No mejoramos, apenas somos capaces de dar aliento a las virtudes, que sin duda, también poseemos. Solo en condiciones idílicas estamos capacitados para embridar nuestro lado oscuro. Hemos de haber sido unas criaturas implacables a la hora de asegurarnos la evolución. Y dentro de ella, hay que remarcar el interés personal que se concibe como obligatorio frente al resto de miembros de la especie. El rufián no se deja engañar por la verbalización generalizada de bondad, no se deja engañar por el escondite que los cobardes usan al demoler sin piedad al sospechoso. Todos, sin excepción, pretenden acallar sus propios demonios, y afirman querer comprender. Es mentira, pues niegan lo evidente. Claro que cree en Dios, en quién si no.
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