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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -84



Ha tenido una visión, va a morir en el barrio en el que nació. Intentó viajar por el mundo, pero no salió bien. Fue a buscar el amor lejos de esas tierras, pero no salió bien. Se sumergió en Internet buscando nuevos contactos y horizontes intelectuales, pero se saturó de abstracciones y dobles identidades. Así que volvió a echar un ojo al barrio y se dijo que no estaba mal. Ahí residirá hasta que su muerte los separe. Es ese barrio una metáfora del útero del que se resiste a salir más de lo normal, de la ECM que experimentó al principio de la adolescencia y de la que fue obligado a regresar sin explicaciones. Así que el barrio es su búnker y su tortura casera con cebolla. Cuando desde las instituciones públicas vienen con planes de rehabilitación del barrio, se niega. Quiere deteriorarse con él, sentir la decadencia con sus fachadas sucias, sus calles levantadas, sus comercios tapadera. El paso que hay entre el pensamiento y el acto no lo da. Es inmovilista. No le gusta su barrio estéticamente, pero se identifica con él. Claro, tampoco él se gusta, qué procacidad sería esa. En su barrio no se conoce la primavera ni el otoño, ni brotan las flores ni se caen las hojas, ni nada recuerda a la naturaleza. En su barrio solo tienen un frío que estrangula los muros o un calor que revienta el asfalto. El infierno de Dante posee belleza, su barrio no. Algún día le sacarán de él con los pies por delante y nadie se dará cuenta de su ausencia, como debe ser.

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