Una noche larga, el mutismo del servicio de mensajería en el móvil, internet agotado de dar vueltas sobre sí mismo, un café, otro, una canción, la misma en bucle, el sofá hundido, hielo negro en las aceras, las plantas tuercen su espinazo, un cadáver en el pasillo, tú eres el asesino. Era un amigo que había venido de visita, a tomar una copa, a charlar del pasado. Los amigos hablan demasiado del pasado. El pasado no es un asunto resuelto al gusto de todos. Pero el futuro es un peligro porque abre la posibilidad a nuevas y diferentes enemistades. Sobre la mesa del salón está la botella de vino casi vacía, y dos copas, casi llenas. Los cadáveres hacen ruidos, o esa es la impresión que tiene el asesino. La amistad sobrevive a los amigos — piensa —, y se ríe. La noche gana en densidad, en peso, en filosofía barata. Pero no quiere que acabe. Las primeras luces traerán a la policía, tendrá que explicar lo que ha ocurrido. El pasado otra vez. Zenón y el movimiento imposible. La potencia del sabor del vino le sorprende. Sus sentidos se han aguzado desde que el cuerpo ha caído en el parqué del pasillo. Nota que el amigo (o la sinopsis de él) flota sobre su cabeza, mirándolo, sin juzgarlo. Levanta la copa y brinda. A la salud de la muerte.
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