Su vecino tiene un perro y comparte con él los ladridos. Su vecino pone música salsa y él la baila. Su vecino practica sexo con parejas diferentes. Él se masturba inspirado por los gemidos. Hacen tríos con un tabique de por medio, pero ellos no lo saben. Su vecino tiene una vida, él se aprovecha de ella. La soledad le provoca hernias, úlceras, encogimiento del estómago y visiones. Mientras escuche la voz de su vecino seguirán dormidas las voces que le asedian, y la locura se podrá tratar con un poco de vida de santos y algún antidepresivo. Su vecino es cocinero en un restaurante de hotel. Por la noche le suele traer las sobras a casa. Le da pena. A él le gusta dar pena. Cuando se compadecen de él le dan por amortizado y suelen bajar las defensas. Subsiste como un parásito. A su vecino no le importa, se siente bien consigo mismo, se siente superior y afortunado en la comparación. Cuando el cocinero se va de viaje, le deja las llaves de su casa, y él le riega las plantas, cuida de su perro, da largas a las amantes. Cuando vuelve del viaje, le trae algún obsequio y le da unos euros por las molestias. Baja la cabeza y se lo agradece. A veces piensa en quién reparte los papeles de la obra teatral de la vida. A veces se pregunta por qué es un secundario sin frase, pero enseguida se le pasa la inquietud filosófica. Acata, acepta, sabe hacer bien su papel. Lo importante es que la obra se escriba. Sobran en el mundo personas que se creen estrellas y faltan actores de reparto. Su vecino golpea el tabique, sale al descansillo y llama a su puerta para ver qué quiere. Le pide que le baje la basura, si no es molestia. Ninguna molestia, le contesta, y estira la mano para coger sus desperdicios.
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