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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -71



Me enseñó a estar vivo incluso muriéndose. No me gustaría que sonara muy denso, pero fue un hombre realizado, lo que en Asia se conoce como un iluminado. En mi barrio si llamas iluminado a alguien tiene un sentido diametralmente opuesto. Un iluminado que no dio charlas en teatros ni abrió un canal en Youtube. Un iluminado porque concebía la unidad dentro de sí y la expandía allá donde iba. Y como la unidad verdadera, no temía a la variedad, a la multiplicidad, incluso al aparente caos. La unidad se manifiesta de millones de formas diferentes e intentar uniformarlas es un crimen. Era un tipo que cuando te miraba no veía a alguien semejante, se veía a sí mismo. El mundo era para él ese escenario donde la vida tiene tanta pujanza, tanta determinación por emerger, que la siniestra niebla que el pensamiento humano se empeña en extender, queda ridiculizada ante la mirada sin prejuicios, libre, sin temor, de un niño o de un hombre vencido por el sistema. Fue un hombre que enseñó mucho sin dar una sola lección de nada. De esos hombres que son el reservorio de una humanidad que se ha lanzado a buscar hitos en el futuro, al tiempo que renuncia a las maravillas de lo que es. Sabía traerte al presente, engancharte al ahora, hacerte vivir con una intensidad desmedida el momento, por muy sencillo que éste fuera. Sabía quién era, y sabía estar para dejar constancia. Decía que la cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, así que todos pendemos de un hilo, hasta el hombre más liberado del planeta. Un hombre iluminado es un hombre comprometido. Un hombre liberado ve la liberación en cada hombre. Y cuando alguien te mira así, te hace sentir especial. Eso es lo que me legó. No solo a mí, a todo el que tuvo la suerte de tratarlo en cercanía. El dinero fue una de las herramientas que supo usar con maestría para moverse por el mundo sin que las administraciones, los poderes, ni los grupos de influencia, pudieran ponerle ni una sola zancadilla. Y a diferencia de otros con dinero, nunca se apegó a él, y supo desprenderse de todo con suma elegancia. Él decía: ¿Desprenderme de qué? Nunca he tenido nada que pudiera atrapar para siempre. Cuando eres, basta. Si la nada va a engullirte, y te encuentra con algo, la rechazas y vuelves a la perspectiva parcial. No te disuelves en la maravilla del universo. ¡Cómo iba a cometer esa torpeza!

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