Me hacen gracia los epítetos que aplicamos al prójimo cuando descubrimos en él la maldad, como si ésta nos fuera ajena. Marcamos distancias en un vano intento de estar a salvo de la iniquidad. Solo hace falta una excusa que nos parezca de peso, una circunstancia contraria a nuestro parecer, y aquello que juzgábamos como apestoso se desarrolla en nosotros con una facilidad innata. Y es que somos proveedores de grandes gestos y de mezquinas acciones.
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