Dormir no es algo que se pueda dar por hecho; es una conquista, un hito diario. El entorno es hostil, las vivencias desasosegantes, las bestias acechan tu cama, los números no cuadran, las llamadas que esperas no llegan y las que no esperas te abruman. Te dan miedo los miedos de los demás y lo que en ellos pueden causar. ¿Y si mañana no puedes poner comida en la mesa, o si una enfermedad te echa de la calzada y te tira por un barranco y si es de noche y nadie te ha visto caer? Si tu mente se pasa de frenada y no hay vuelta atrás, qué será de ti. Alguien en el piso de abajo pica una pared y temes que el edificio se venga abajo, seria lo normal según tu trayectoria vital de ruinas y derrumbes. De ahí la necesidad de esconderte, de pasar inadvertido. Piensas que si no haces ruido al vivir, la calamidad pasará de largo y nadie te parará por la calle. No te gustan las personas que se cruzan en tu paseo a pedir dinero; te hacen sentir que les debes algo. Cambias de acera. No te gustan los encuestadores que te asaltan en la zona peatonal; les harías daño, y para evitarlo, te cambias de ciudad. Sí, dentro de ti puja por salir un asesino en defensa propia. Sí, cada día debes matarlo para evitar que cometa una locura.
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