Cuando pones el cerebro a tu servicio, y no al revés, la efectividad te sorprenderá, la lucidez será el denominador común de cualquiera de tus empresas, incluida la ociosidad más recalcitrante a ojos de los demás. El cerebro es un arma de construcción masiva cuando se centra y se alimenta de su centro vital y lo despliega. Es de locos mantenerse a medio camino, midiendo, calculando qué podría ser más factible y gratificante para tus intereses. El cerebro respeta a quien lo pone en su sitio y lo exprime como un limón para que llegue al sueño con una melodía que no se acaba ni se trastorna. Cuando el cerebro del joven piensa en derrocar a los viejos aún no está engolfado de verdad y se cree superior por mera apariencia corajuda. Ese mismo cerebro cuando llega a viejo piensa en azotar a los jóvenes por su ignorante osadía, su palabra vacua, sus movimientos irreflexivos. Sigue sin saber cuál es su centro de operaciones, sigue sin servir, sigue pensando en servirse. Es un cerebro tipo auto de choque, desprendido de grandeza, asustado de sí, que ha cambiado de carril en mil ocasiones pero sigue sin saber conducirse. Un cerebro malogrado.
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