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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -217



"No sé nada". Alguien está sabiendo por ti. Para moldear un órgano tan díscolo como el cerebro has de permanecer inconsciente del trabajo que en él se realiza. Si te dieras cuenta tomarías medidas, atajos, respuestas aprendidas como defensa. Si estás alerta cierras la puerta a lo desconocido, que es el origen de lo que conoces y de lo que has olvidado. Así que si no aplicas lo que sabes es que estás en camino de ser sabio. Es tanto el control artificioso que mantenemos sobre nosotros mismos, que derribar esa muralla es una ardua labor repleta de paradojas y seducciones. De palo y zanahoria. De disciplina y motivación regalada. Duermes profundamente. Alguien que ama vigila tu sueño, te mira de cerca, mide tu respiración, traduce tus tics, observa tu activo inconsciente. Cuando te despiertas y ves su cara a diez centímetros de la tuya, te sobresaltas, te sientes incómodo, vulnerable. Al final el amor es la salsa de la que te puedes fiar para acompañar cualquier plato. El amor sin sentimentalismos, claro, el originado en verdad, transformador incluso en adversas condiciones. Los sueños hacen dormir, no al revés como muchos creen. Acabarás descansando sin dormir, sin soñar. No ahora, o sí. Es una gracia tan gratuita como trabajada. Acabas de despertar, el maestro amado te mira de cerca y te propina un tortazo. El disparate, el absurdo. Detiene de inmediato tu entrada lógica en la vigilia y la salida cómoda del sueño. "Sigo sin entender nada", confiesas. Y el maestro sonríe. Puedes estar confiado. Entrégate a la ignorancia.

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