¿Puede durar? Esperas escuchar un sí aunque sabes que la respuesta es no. Una brillante y emotiva conversación en intimidad con la persona amada puede distorsionar la realidad por aislamiento. En cuanto aparece esa pregunta en tu cabeza, se desmorona la belleza de la ocasión y nubarrones indefinidos perturban la voz que sale temblorosa. Los otros insisten en amarte, que es como sujetarte a un mundo que quieres despachar sin mirar atrás. Les dices que su amor no puede durar, que ellos mismos no pueden durar, que dura lo que no aparece ni desaparece. Dura aquello que dribla al tiempo y en el que surge la idea de la duración. La presión atmosférica achanta los sombreros y la caballerosidad sujeta los milibares. Amenaza tormenta. Ella se suelta de tu mano y no hace réplicas brillantes sobre literatura rusa. Eres un idiota que ha roto la magia y la paloma ha salido muerta de la chistera. No quieras arreglarlo. No hay vuelta atrás. El dolor ha invadido vuestra relación para siempre, volverá de manera recurrente a lo largo de las décadas. Porque el dolor une tanto o más que la felicidad. Ella camina un par de metros por delante, mostrando su enojo y haciéndose mirar el cuerpo que se sabe seductor. El cambia su filosofía por la pulsión de una mirada complacida. El juego de la seducción posee más ascendencia que el pensamiento racional. ¿Puede durar? Tampoco, pero sí se repite con más tesón.
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