Me gustan esos días enfurruñados, cejijuntos, que cuando el sol da sus últimas bocanadas y cuela un pie en el quicio de las nubes para despedirse, los campos de cereal cosechado se encienden. El oro del campesino se ha apilado en fardos. Los cultivos son muy agradecidos a la caricia de la estrella antes de recibir el puñetazo frío de la noche. Mis pies no le tienen miedo al camino. Dejo a los lados fincas de remolachas, patatas, viñas, olivos y huertas de todo tipo y condición. El camino pedregoso se une a otros caminos pedregosos y no acaba nunca. Un tesoro aguarda escondido. Si cualquiera pudiera encontrarlo no sería un tesoro. Sigo andando.
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