Los peces vienen hasta aquí en un camión frigorífico. El pescadero toca el claxon por las calles del pueblo metiéndote el agua salada por los oídos. He salido a comprarle una dorada y una rodaja de atún. He cogido también el pan de primera hornada y el periódico con noticias revenidas. Un café, eso que no falte ni cambie. Dos, mejor. El día se ha prolongado hasta el agotamiento entre griteríos de piscina, conversaciones sin prisa, cervezas y tapitas. El calor ha hecho daño en las horas centrales, como un defensa de fútbol americano en pleno placaje. El mes de Septiembre aprieta sobre este pueblo de interior con una faja de espinas acrisolando su cintura sangrante, con la garnacha a punto de maduración.
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