La locura se envisca a tu cerebro ante la anuencia de los dioses, solo interesados en quienes superan los test de estrés y no saben que los han superado. Con la locura amenazando no caben las soluciones, apenas vislumbras las salidas de escape. Es en la zona de fuga donde esperan los dioses con una sonrisa paternalista. Las revelaciones duran tan poco que deben repetirse para que te las creas. Después has de integrar la luz avistada en las sombras cotidianas. Como mezclar agua y aceite. Toca hacerse jirones por dentro. Pruebas y más pruebas. Ninguna salvada con éxito. Pero vas desapareciendo al asumir el presente infinito. No eres inmortal, eres inagotablemente mortal. Anoche, mientras copulabas con tu mujer, experimentaste una disociación. Tu cuerpo estaba debajo, el de ella encima del tuyo, y tú por encima de ambos, escéptico ante el acto amatorio, ante el ejercicio físico, presente como observador, sin llegar a ser unmirón, ajeno al placer, ajeno al sentimiento, ajeno a las artes amatorias. Unido a los amantes sin volcar en ellos juicios. Una vez rendido, una vez aceptado, una vez disuelto, vuelves dentro de tu cuerpo sin dejar de estar fuera. Hazle un favor al psiquiatra y no acudas a su consulta. Siempre te dará una respuesta aunque no entienda la pregunta. Hazle y hazte un favor, no pidas ayuda a quien no puede ayudarte. No estás loco, a no ser que quieras estarlo. Solo debes aceptar en ti lo que consideras que no es bueno, pues esas consideraciones son caducas. Si sabes asumir el dolor con la misma flema que el gozo, vivirás pleno incluso en el sueño más profundo. Estás despierto. Siempre.
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