Es difícil asumir los costes cuando se exprime el cerebro hasta el límite. Pero alguien debe hacerlo. La normalidad afianza lo hasta ahora conseguido. Pero es lo anómalo lo que procura posible evolución o transformación. Sale a la calle y soporta a los turistas porque sabe que acabarán marchándose por donde vinieron. Está harto de hacer de guía sin sueldo cuando se le acercan: <<Por favor, podría indicarnos por dónde...>>. El problema es cuando no se marchan, que sí lo hacen, pero vienen otros sin solución de continuidad. Entonces el visitado, como es su caso, se siente invadido. Una invasión incruenta, pero desagradable. Entre inmigrantes que desprecian el lugar que les acoge y los turistas que no respetan la cotidianidad del residente, dan ganas de minar las calles que le vieron crecer. Matar está en nuestra naturaleza. Matar como autodefensa. Matar para abastecerse. Matar por tu sitio en el mundo. El cerebro regula la temperatura del cuerpo y marca el ritmo de la respiración. Hoy no va a matar a nadie, pero su cerebro juega con esa posibilidad. Matar como acción lúdica. El cerebro no es un músculo, es un colador en el cual el tamaño de los agujeros del cedazo y la flexibilidad de sus formas, sugieren una inteligencia original y una moral disoluta. A veces el cerebro actúa ajeno a la voluntad del conductor jefe. Primero debes romperle una pata al hombre. Una vez cojo, lo más compasivo es sacrificarlo. Es una forma suave de satisfacer el propósito.
top of page
Publicar: Blog2_Post
bottom of page
Comments