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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -175



Le tiemblan las manos al comprobar, meses después, que ha escapado de una relación abrasiva. Cuando chapoteaba en ella le parecía la imperfección del paraíso. Pensaba que dar una oportunidad al caos para ser feliz era lo normal. Ese pensamiento peregrino de que para lograr un ideal como la felicidad hay que sacrificarse, llegar al martirio, se instaló en su mente blanda y expuesta a los caprichos del manipulador de salón que se le cruzó una aciaga tarde. Se fuma hasta las yemas de los dedos recordándolo. La tendencia a repetir el patrón de comportamiento es lo que más le asusta. Por eso se defiende, de momento, con la soledad. De dios todos escogen una faceta. Ella se queda con la simpleza. Huye del erotismo destructivo que estuvo a punto de abducirla para siempre. Huye porque reconoce su poder. La valentía es para quienes se la pueden permitir. Se ha escrito poco de las personas sometidas que eligen a un tirano para que haga el papel que de él se espera. Personas que desde el menosprecio de sí, buscan quienes las castiguen, las dobleguen y las anulen. Personas que dirigen a los dominantes contra sí mismas desde el vasallaje. El placer del dolor y viceversa. Adictos a sufrir, a la intensidad del relato. Ha declarado en el juicio que la culpa fue de ese cabrón, pero que la responsabilidad fue compartida. Y ese reconocimiento es el primer signo de fuerza que ha demostrado en meses.

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