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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -167



La fiesta de consistorio, la fiesta por imperativo legal, la fiesta como objetivo vital, la fiesta sin fin. Fiesta de noche, de día, patronal, laica, veraniega, invernal. Fiesta en todo momento y lugar. Si la fiesta es sinónimo de júbilo, el trabajo se convierte en sinónimo de pesadumbre. Tenemos a millones de personas afligidas buscando en el calendario fechas que vayan a ser luminosas. Jaime es un hombre sencillo en sus costumbres: trabaja reparando electrodomésticos, disfruta de tiempo con su familia a diario, pesca en sus ratos libres, escribe novelas sobre crímenes horripilantes para dar salida a su naturaleza ingobernable, suele hojear guías de viajes para conocer sitios a los que nunca irá. No le importa viajar con la mente. Acaba de venir de Tallin, la capital de Estonia: maravillosa y medieval, según cuentan. Jaime no entiende la necesidad de fiesta que manifiesta la gente. Él vive realizado a tiempo completo, en conexión con lo que hace, con las personas que le rodean y consigo mismo. Si hay algo que celebrar, lo celebra. Si hay algo por lo que llorar, llora. Ora mientras habla, mientras trabaja, mientras come, mientras folla, mientras sueña, mientras pesca, mientras mata a uno de sus personajes novelados. Jaime es un ser integrado al que las miserias propias y ajenas no le desconciertan como al común de los mortales. Su truco es no perder de vista su paso efímero por el mundo. Al mundo le gusta darse importancia, ponerse grave y cejijunto; es por eso que la gente necesita fiesta, una fiesta que muchas veces es síntoma de angustia clavada en el esternón.

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