Un viejo feliz es alguien que sabe algo que tú ignoras. Harías bien en detener tu agitada y exitosa vida para preguntarle por ello. Conozco uno que lo hizo. Al día siguiente cogía una pequeña mochila para hacerse una caminata de 32 kilómetros a un monasterio de monjes benedictinos. Allí estuvo curando sus pies y riéndose de sus pensamientos desatados mientras escuchaba vísperas cantadas. Comprendió lo que el viejo sabía: que lo que piensas que eres mientras te comes el mundo, no es lo que en realidad eres. Aquella caminata se grabó en su mente con precisión fotográfica. Recuerda cada paso, cada mariposa, cada caracol, hacia dónde se movían las hojas por la caricia de la brisa veraniega, la anchura de los senderos, los campos de girasol sacando sus emoticonos al sol. No se cruzó con nadie durante horas y le pareció raro, como si fuera un recorrido allí colocado, un escenario majestuoso solo para él, para la realización de ese momento. El tiempo pasa porque pasa por ti. Sin un inquilino donde ejercer, el tiempo no existe. ¿Te imaginas un niño pensando en el pasado y a un viejo en el futuro? Pensar es entretener, pero también puede ser creativo o torturador. No seas lo que piensas. Piensa en lo que quieras, pero dale la importancia que le corresponde. No mucha, solo música o ruido. Si piensas en dios no eres divino. El divino piensa en todo menos en dios. Subes a la cumbre de la montaña para contemplar el extenso paisaje, no para ver la cumbre de la montaña; para eso es mejor que te quedes en el valle.
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