El autocontrol es tan necesario como demostrativo de lo poco fiables que somos; peligrosos para nosotros mismos, esclavos de lo más infame que podamos imaginar. Capados no servimos, así que nos movemos en la cuerda floja, hacemos virguerías con lo que tenemos entre manos y aplicamos la voluntad a toda acción u omisión. No hay gusto verdadero sin dominio sobre sí. El amor al otro es la guía, el combustible del movimiento. El amor no llega de forma natural (eso es otra cosa); hay que pulir, practicar, entender, sacrificar, encauzar, agrandar. Un coche bomba explotó cuando ella caminaba en dirección a la sucursal bancaria. Perdió ambas piernas. Un grupo anticapitalista reivindicó con orgullo el atentado. Fue víctima de las ideas con brillantina que corrían por los cerebros de esas personas. No ha vuelto a creer en el ser humano, así que cree en algo superior a él para poder amar, para no desear la extinción generalizada. Tuvo que leer en redes sociales que "más mata el capitalismo salvaje". Pasadas las primeras semanas comprobó en su propio pellejo algo que antes había intuido: que las víctimas son percibidas como un engorro, un dolor perdurable que nadie quiere cerca, como personas incapaces de hacer una valoración correcta de la realidad. Incluso comprobó el odio que despiertan entre los esclavos de las ideas con brillantina.
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