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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -162



Benjamín tiene una historia. De origen hebreo, su nombre significa "hijo de la diestra". Diestra como sinónimo de fuerza y virtud. Hijo menor de Jacob y Raquel, que regentan una frutería en el barrio de la judería. A Benjamín le sudan las manos aunque en los test de inteligencia se sale de la tabla y su nivel de concentración va más allá de dos anuncios. Las grandes historias arrastran una tragedia familiar o social durante los primeros años de vida. La infancia de Benjamín pasó sin darse cuenta, tan presente como intrascendente. Las frutas se vendían solas en un estado del bienestar que lo cubría todo. No podías ni suicidarte sin que te miraran mal. Benjamín quiso romper el molde de su futuro antes de que llegara lo previsible. Aprendió a mover una mano en alto mientras con la otra manipulaba por debajo de la mesa. No era trampa, era magia. La generación de Benjamín está compuesta por individuos que se consideran diferentes (por razones ideológicas, sexuales, místicas...) exigiendo igualdad no se sabe respecto a quién. Supongo que respecto a los que desprecian. Benjamín, por su parte, siempre ha intentado pasar inadvertido, no vivir en modo "reivindicativo". Sus diferencias son tan de verdad que se esfuerza porque le tomen por un imbécil más del montón. Su poder estriba en que no le detecten. Es como un hacker del mundo moderno; es decir, del fraude respetable. En las fiestas descontroladas siempre hay alguien en un rincón que mantiene el control y no es un friki. Benjamín es capaz de beber sin dejar de estar presente, es capaz de follar sin dejar de estar presente, es capaz de engullir sin dejar de estar presente. Solo deja la mente vacante cuando se ducha con agua fría. El mundo creado y recreado por la necedad merece que alguien lo sabotee hasta que se le vean las vergüenzas. Benjamín es uno de esos escogidos que puede hacerlo. ¿Escogido por quién? Por el azar que sopla donde le ordena el destino. No sabrías quién es aunque estuvieras ahora mismo robándole la cartera o humillándole con improperios en un atasco. Benjamín es invisible para los que se arrodillan.

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