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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -159



Salir de la ecuación para que demos con una teoría unificada donde el observador no interfiera en los resultados, no es posible. Sin nosotros no hay constatación de la teoría. Sin el observador, el árbol que cae en la selva no produce ningún ruido. Así que entre la teoría de la relatividad general y la teoría cuántica tenemos que ir tirando y no calentarnos demasiado la cabeza con su unificación, que al fin y al cabo también dejaría preguntas sin contestar. Porque otra cosa no, pero preguntar sobre cuestiones hipotéticas se nos da bien. Y embarcarnos en viajes con formulaciones matemáticas interminables, nos entretiene. Encontrar lo que no andan buscando es un don gratuito que se ofrece a voluntades flexibles. No tenemos miedo a despertar cada mañana porque damos por hecho que los objetos y acontecimientos que nos rodean seguirán con un movimiento y comportamiento idénticos a antes de irnos a dormir. Son fiables, mensurables, y los podemos expresar en silogismos sin fisuras. Es un mundo estable en el que podemos realizarnos en múltiples direcciones. Nosotros somos la variante. Aquello que concebimos puede producirse. Aquello que se produce y no concebimos, pasa inadvertido hasta que llega un ser humano que grita eureka. Las paradojas, las contradicciones, nos vinculan a un apocalipsis del no sé cómo ha sido. La teoría unificada es la que se logra desde el corazón y se consolida desde la razón. Llegar a conocer lo que se ama. Amar más cuanto más se conoce. Retroalimentación de hermanos.

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