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La danza del espacio infinito -151

  • Foto del escritor: Luis Amezaga
    Luis Amezaga
  • 6 jun 2022
  • 1 Min. de lectura


Perdió la inocencia de la manera más inocente. Llegó a la casa vacía, cerró la puerta por dentro para que no supieran que estaba en ella, se escondió arrebujado en un rincón oscuro de la despensa junto al desatascador y la lejía, donde casi nunca miraban. Allí aguardó pacientemente jugando a enlazar palabras esdrújulas. Cuando sus padres entraron en la casa se dispuso a escuchar con el corazón trotando como único movimiento físico. Ellos discutieron como nunca los había oído, intercambiaron insultos, se rompieron vasos, lloraron y rieron con rabia. Luego un silencio borroso y a continuación el jadeo de unos cuerpos haciendo flexiones. Él seguía en la despensa, en estado de shock, arrepentido de lo que se supone iba a ser un juego por su parte. El teléfono fijo se puso a tararear. Escuchó a su madre decir ¡mamá! Era la abuela. Su madre hablaba a gritos. La abuela está algo sorda. Escuchó que su padre entraba al baño y se daba una ducha. Aprovechó para salir de la despensa, abrió sigilosamente la puerta de la calle y la cerró a continuación con estrépito. ¡Hola, ya estoy en casa!

 
 
 

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