Los viejos nos creemos, lo confesemos o no, que sabemos más que los jóvenes, más de lo que sabíamos nosotros mismos de jóvenes. Pero tengo pruebas de que eso es falso. Poco ha aprendido el hombre que piense que las experiencias, el tiempo, y la mayor reflexión, sirven para saber más de la realidad tangible e intangible. La limpieza en la mirada, la menor cantidad de sufrimiento y errores, favorecen una mejor intuición de lo que es importante. En eso ganan los jóvenes a los viejos de goleada. Los viejos sabemos más de cinismo, de mezquindad, de conformismos y de derrotas. Los viejos sabemos cosas que sólo defraudan. Sabemos que alcanzar el poder es un objetivo superior a la competencia, la verdad o la coherencia. Los jóvenes se equivocan en busca de la justicia, la solidaridad o la belleza. Los viejos acertamos a costa de renunciar a los imposibles y manipular los posibles. Que corra el vino, que los pinchos de tortilla dejen satisfechos los estómagos, que se convoquen miles de plazas para funcionarios, que alguien de buen ver te saque del cuerpo la desazón hormonal, que la hamaca sea cómoda y el paisaje virgen, que la cultura del mínimo esfuerzo esté bien pagada. A eso nos apuntamos tanto viejos como jóvenes. Hay cosas que no cambian.
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