La danza del espacio infinito -148
- Luis Amezaga
- 1 jun 2022
- 2 Min. de lectura

¡Maldito hijo de poeta maldito! Heredar el negocio familiar en el caso de la poesía es endeudarte hasta el frenillo. Ayer te preguntaron cómo te ganas la vida y contestaste que no, que en tu caso es cómo la pierdes. Estás tieso, tanto que cuando andas veinte pasos vuelves atrás a recuperarlos. No están los tiempos para dejar huellas por ahí tiradas. Te comunican que tu hija necesita una ortodoncia y preguntas que qué hija, que no tienes hijas, y si existieran, que no tienen dentadura, que son de sopa boba. Si no cuela, pues pagas con un poema. Y si el dentista pone mala cara, le llamas inculto y te vas dignamente, o casi. Te vas al bar de siempre con dueño distinto, saludas al chino en su idioma, le sonríes, le pides un ron con naranja y le avisas de que será conveniente que aprenda a valorar la rima consonante a la hora del cobro. Unos cacahuetes nunca faltan. Te sientas en la mesa de la esquina, junto a los váteres. Escribes dos versos como si fueran una pareja de baile asexual. No riman, pero llevan el ritmo. Has quedado a media tarde con una amiga que sabe de finanzas, aunque no tanto como para sacar dinero de donde no hay. Pero está buena y recién divorciada. Es seria y no querrá nada serio contigo. Mejor. Una noche es suficiente, a veces es demasiado. Avisan por la tele de que no habrá pensiones para la próxima generación. Te sale el tercer verso del tirón, el que rompe la pareja de baile y derrapa en drama emocional que se resolverá o no, en el cuarto. ¡Maldito hijo de poeta maldito!
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