Si todos nos declaramos culpables, la impunidad estará asegurada. Los cobardes solemos tener ideas como ésa. Los cobardes nos mimetizamos con el suelo. La gente suele mirar hacia adelante o hacia arriba, sólo los fracasados miran hacia los charcos. Los malogrados guardan silencio vean lo que vean, saben por experiencia que cualquier cosa que digan será tomada en su contra y les caerán collejas como maná del infierno. Los cobardes huimos del ruido, de las oportunidades. Vamos a las bibliotecas públicas porque exigen silencio y nadie se acerca a importunarte con sus trastornos e invectivas. En una mesa cercana, un chico joven se frota los ojos con fruición, como si quisiera borrar lo que han captado sus retinas; se frota como si quisiera sacarse los ojos por la nuca. De repente, se levanta, coge un libro al azar y va hacia la calle saltándose los controles bibliotecarios. Vivimos una época en que se bebe té sin teína, café sin cafeína, se comen cereales sin gluten y se toma leche que no sale de la ubre. Una época en que las distopías son creíbles y la historia manipulable. Una época de masas alienadas donde los individuos se creen libres porque pueden cascarse una paja con estímulos virtuales. Me entero de que se celebra el día del orgullo friki. Añoro los tiempos en que el orgullo significaba otra cosa, cuando los cobardes salíamos a la intemperie porque nuestra vulnerabilidad ya estaba digerida y nos habíamos convertido en valientes sin darnos cuenta.
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