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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -133



Después de un largo período de tensión nerviosa y estrés emocional, las soluciones se escabullen. Aunque detengas la máquina y medites cinco horas diarias encaramado a una loma, la mente no permite encontrar la serenidad. La cuerda, más que tensionada, se ha roto. Se imposibilita la claridad si no viene acompañada de un milagro. Los milagros no se compran, no se consiguen bajo imperiosa solicitud, no llegan gracias a ningún mérito, no se recogen en los libros por ser una excepcionalidad estadística e inexplicable. Los milagros ocurren y nadie sabe cómo han sido, los milagros son tan inusuales que cuando te topas con uno no lo reconoces. A los milagros se les mete prisa porque la situación es extrema y urgente; pero los milagros son cautos, pausados, sorpresivos, extravagantes. Cuando algo se ha roto por dentro, no puede arreglarse a sí mismo. Necesita un instrumento externo que intervenga, actuando sin que su mente esté avisada para que no obstaculice la operación. El error está en pedir un milagro. Cuando se pide un milagro se idea la forma en que éste debe producirse. No hay mejor forma de espantarlo. Estaba pensando en el difunto DJ Avicii. Estaba pensando en mi amigo de la infancia Alberto, que se olvidó ponerse las alas al saltar desde la terraza del noveno piso donde habíamos compartido las primeras y últimas caladas de un cigarro con extra de sabor.

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