Era una de esas mañanas que pisaba con firmeza, con la seguridad de que combinan bien los zapatos con la chaqueta, de que el pasado no volverá con su carga descompensada. Salió a la calle sabiendo dónde iba, a diferencia de otras ocasiones que caminaba sin rumbo, solo por no estar quieto. Los que se detienen son un blanco fácil para la maldad del ocioso, solía decir.
Miraba a los ojos a los viandantes y se prestaba en silencio a ayudarlos si lo requerían. Había pasado de dependiente a cuidador. El día salió redondo. Un hombre se realiza cuando los imprevistos le favorecen, así actúa la Gracia. A última hora de la tarde llegó a casa, satisfecho. Cuando se iba a preparar una copa antes de la cena, sonó el teléfono. Lo cogió con ganas de hablar. Al otro lado, una voz muy querida le recordó quién era, y los dolores difusos por todo el cuerpo regresaron para quedarse.
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