No hay actividad más cara, y al mismo tiempo más rentable, que la guerra. Las vidas humanas son fácilmente reemplazables como queda demostrado a cada paso. Unos se van, otros vienen. Cada vez somos más. Si ningún acontecimiento externo nos merma, tendremos que ir pensando pronto en guerrear por causas de lo más peregrinas. Da igual, el caso es purgar y reconstruir. La verdad en ocasiones suena cínica. Nos sigue gustando matar, aunque no esté bien visto reconocerlo. Las guerras se permiten y se alientan siempre y cuando no nos manchemos de sangre el cuello de la camisa. ¡Que no se vea la muerte cerca de casa, que es escandalosa y deprimente! Escondemos a los héroes, no les escribimos poemas épicos. A la guerra no le gustan los testigos con escrúpulos. Huele a carne churruscada. El aroma viaja por el invisible desde el asado campo de batalla, donde las piernas van tiznándose al crepitar del sarmiento. La paz de las naciones es glotona, grasienta, perezosa, con falta de iniciativa y sobrada de vicio. No sé por qué tiene tan buena fama. Ah, sí, que el objetivo de muchos es la felicidad, y la identifican con embobarse escuchando música de cámara. ¡Donde esté un buen misil reventando los oídos!
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