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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -115



Radmila tiene por costumbre acostarse a las tres de la madrugada. Se levanta a las siete. No siempre duerme cuatro horas. Más quisiera. Echa una siesta de quince minutos antes de ir al curso de fontanería que imparten en el servicio público de empleo. Radmila se quedó en paro a los cincuenta. Trabajaba como administrativa en un establecimiento de calderas de gas. Los dueños cerraron por jubilación. Radmila cobra un paro de subsistencia y acude a cualquier curso que le sugieren. No guarda esperanzas de volver al mercado laboral. Posee unos ahorros y es una persona de poco gasto. Permanece soltera, aunque en un par de ocasiones estuvo a punto de cambiar de estado civil. No funcionó. Es complicado. Ella no concibe las relaciones como renuncia para conseguir un bien superior. Y si no renuncias, es difícil acomodarse el uno al otro. Radmila, en su tiempo libre, cuenta cuentos en el centro cívico y colabora con la parroquia a repartir desayunos entre chavales de familias necesitadas. A Radmila le gusta viajar. Se le puede encontrar muchas veces mirando embebida las ofertas en los escaparates de las agencias de viaje. Radmila nunca ha salido de su ciudad. Radmila escucha las anécdotas y maravillas que cuentan los que sí viajan. Las absorbe, las metaboliza, las hace suyas, y con la ayuda de Google maps, se imagina callejeando por lugares exóticos de medio mundo. Radmila viaja leyendo, viaja soñando, viaja de muchas formas imaginables. Pero considera que viajar físicamente acarrea una serie de inconvenientes que no le compensan. Radmila no acumula títulos académicos, pero sí tiene una vasta cultura. Se ha preocupado de estudiar por su cuenta. Sabe más de lo que aparenta, a diferencia de la mayoría que aparentan más de lo que saben. Ha pensado que cuando la salud le falle, al no tener quien la cuide, ni condiciones para ser dependiente, debería contar con un plan de desalojo de la carne estropeada. En un bote de omega 3 vacío ha ido introduciendo, poco a poco, el cóctel químico que le posibilitará ser dueña de su destino hasta el último minuto. ¡Mera ilusión! Radmila piensa que no es fácil acertar con el momento, con ese marcharse un segundo antes de que te echen. Si te adelantas, eres una vulgar suicida. Y si te demoras, ya no podrás mandar sobre ti misma. El suicidio es un acto tan importante que no puedes dejarlo en manos de otro. Radmila tiende la ropa al sol de la mañana mientras tararea una melodía que se le ha metido en la cabeza sin saber cómo.

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