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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -112



Lleva ocho días seguidos lloviendo y nevando. No puedes detenerte en la calle a charlar con los vecinos, con los amigos, con los inmigrantes multiculturales. Y la verdad, así está mejor. La misantropía es la única actitud inteligente de quien se conoce a sí mismo. Si los demás son la mitad de impresentables que un servidor, no merece la pena intercambiar usos y costumbres. Los conflictos surgen de compartir espacio limitado con personas con las que no tienes nada en común ni lo vas a tener. Que cada cual despeje su propio camino hacia el cementerio. Siempre, sin excepción, se toma el nombre de dios en vano. El motivo, es que cuando hablas de dios no sabes ni de qué hablas. Por eso es obligatoria la minúscula. Se debería escribir dios con hache muda intercalada, que no sorda. Las nubes siguen descargando sin mirar dónde ni sobre quién. Ellas están aquí antes que nosotros, tienen sus derechos de usufructo. Huir de la ciudad es un acto de salud mental. Huir de personas que se entusiasman con ilusiones y expectativas varias, que se deprimen acto seguido por esas mismas ilusiones y expectativas frustradas, es un descanso para el alma. La estupidez se contagia si quieres conectar con el estúpido. Así que si no te crees invencible a ella, huye. La naturaleza es tremenda, pero honesta, sin dobleces. La necesidad de ver a lo lejos, de tener una porción enorme de cielo, de agacharte para recoger de la tierra lo que vas a comer, es tan grande que si no huyo de la ciudad y de sus habitantes voy a morir asfixiado. La historia, la tuya y la mía, van por dentro. La de fuera tiene un final asignado, vulgar, indiferente para el resto del universo ajeno. Sigue lloviendo.

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