Los que habéis pasado más horas en un coche parado que circulando, sabéis de lo que hablo. De la espera, del acecho, de dormir en la calle, del divorcio, de la soledad y la pobreza trajeada. En el coche se malvive aguardando volver a tu vida. En la guantera encuentras medio sándwich, en el maletero ropa apelotonada y zapatos viejos, en el asiento de atrás un periódico gratuito y envases de comida preparada. Cuando el techo del coche es lo que te protege del miedo, cuando ese habitáculo es tu caparazón hasta que amanezca, cuando realizas tu higiene en el lavabo de una cafetería... sabéis de lo que hablo, sabéis la de veces que hemos protagonizado Lo que el viento se llevó con un énfasis de estrella: "A Dios pongo por testigo de que no lograrán aplastarme, viviré por encima de todo esto, y cuando haya terminado nunca volveré a saber lo que es pasar hambre, ni yo ni ninguno de lo míos, aunque tenga que estafar, que ser ladrona o asesina. A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre". El coche, que hace tiempo que no arranca, parece rugir enardecido.
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