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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -105



Tanto el paparazzi como el sicario se escudan diciendo que es su trabajo. Las reglas claras, y barra libre para joder al vecino hasta que reviente. El precio es flexible, casi tanto como la ética. Las profesiones son un invento para colocarnos en un recinto social. Puedes salirte, pero entonces te reconocerán por tus cartones, tus mantas en el cajero, tu mugre, por el perro pulgoso que te ha adoptado. Distinguimos a los demás por su traje, por su buzo, por su smartphone, por su cartera, por su botiquín, por su arma, por su cámara, por su calzado, por su bata, por su gorra, por su casco... El eterno esfuerzo perfectamente inútil. El hombre es un uróboro bípedo. Somos personajes secundarios, todos, sin excepción. Y la obra, es más o menos lustrosa, pero sin espectadores fuera de este planeta que nos vean extinguirnos para mayor gloria del absurdo. El mito de Edipo es entrañable. Vas a matar al padre y te enteras que no era tu padre. Ese señor con las zapatillas de felpa que te daba desde su sofá más directrices que un consejero delegado, tenía un ADN irreconocible para ti. Te lanzas a la búsqueda de ese derramador de semen que perpetró el diseño de tu nariz (propia de un catador colombiano de cocaína), localizas su última dirección en una pequeña y vulgar villa con burdel y Mercadona a las afueras. Pero te informan de que murió el año pasado. ¡Colgado de la brocha, sin padre al que matar! Y claro, matas a todos los demás aunque no sean padres. Qué más da a estas alturas. Un mito es un mito, un trabajo es un trabajo.

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