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Foto del escritorLuis Amezaga

La danza del espacio infinito -102



Alonso cree que tenemos la manía de humanizar (lo que nuestra mente condicionada entiende por humanizar) lo que nos rodea, desde los animales de compañía hasta a dios, sin dejarnos nada por el camino. Y es que en este planeta sabemos que no tenemos rival. Y claro, nos venimos arriba. Un pueril antropocentrismo que al contrario de lo que pretende, solo consigue frustrarnos.

Alonso ha visto una foto sacada por el astromóvil "Curiosity" de paseo por la superficie de Marte. El objetivo de su cámara se dirige al espacio exterior marciano. En él se aprecia una difusa avellana grisácea que es la Tierra, donde desarrollamos nuestros dramas. No, Alfonso no quiere cebarse con la manida apreciación de que somos insignificantes. Somos lo que somos. Ni el centro del universo ni una criatura desdeñable. Le interesa el punto de observación. No tenemos mucho más. La realidad no se deja aprehender por completo. Sabemos que el observador influye en lo observado, y por lo tanto nuestra apreciación parcela la realidad. Así que nuestros ojos se abren como platos cuando miran al universo al que pertenecemos y en el que estamos incrustados. Dudar de lo observado es señal de inteligencia. Alfonso se pregunta cuántas de las criaturas inteligentes que merodean por esas galaxias de dios, son capaces de pensar que su observación del universo es tan limitada como lo es el Empire State Building para una hormiga. Se plantea cuántas de ellas son capaces de salirse de sí mismas para no sólo observar, sino también ser conscientes de que pueden ser observadas, capaces de ponerse en el lugar del otro, de cambiar su punto de observación, con lo que eso conlleva: ponerse en entredicho.

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