Comemos la manzana y nos olvidamos del paraíso, nos sumergimos en la ideación y nos olvidamos de la fuente original, de la memoria libre. Nos adentramos en la pintura representativa y nos olvidamos de que bajo ella, como soporte, está el lienzo en blanco. Somos criaturas de ida y vuelta, de expansión y contracción. Estamos en el movimiento de expansión, en el movimiento de olvido, porque aún creemos en el cultivo de manzanas con un aspecto y sabor superiores a las del paraíso. Creemos en idear un mundo maravilloso, satisfactorio y completo, creemos en representar una pintura genial que sea más pura que el lienzo en blanco. Aún. Creemos que podemos construir algo mejor de lo que somos —y que hemos olvidado que somos—, algo con más picante, quizá. ¿Cuánto tarda uno en darse cuenta de que el picante excita, pero no alimenta?
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