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  • Foto del escritorLuis Amezaga

El zumbido del que subyace-49


La enseñanza va dirigida al pensamiento: a persuadir, a ablandar, a que se cuestione a sí mismo, a que verifique su fiabilidad. Las palabras se usan en la enseñanza para crear la sensación de paradoja. Lo importante viene del silencio que se extiende entre una palabra y la siguiente, incluso en el sonido de la palabra mientras se emite. Lo importante es la presencia que se densa, que se levanta reivindicando la ausencia de límites.

Con la indagación se buscan grietas en los muros que hemos construido a nuestro alrededor con la excusa de protegernos. ¿Protegernos de qué o de quién? Creemos en el miedo y en sus agentes activos. Somos unos crédulos. Qué es eso que ponemos tanto cuidado en proteger. Guardamos baratijas bajo cien llaves. Lo único de valor con lo que contamos no puede ser robado ni atacado, pero el miedo nos impide disfrutar de esa joya de valor incalculable.

Con la devoción vamos agrandando el amor hacia aquello que para nosotros está al otro lado del muro, aunque eso que amamos no entienda de lados ni de muros. La devoción es otra manera de empujar el obstáculo para que caiga. El amor al otro tiene el poder de convertirnos en el otro.

Con la rendición dejamos de empujar para que pasen cosas. La rendición es el reconocimiento (o el agotamiento) de que nada podemos hacer. Nos entregamos. Espontáneamente el muro deja de estar ahí. Espontáneamente comprendemos que nunca estuvo ahí. Espontáneamente descubrimos que somos la joya misma que anhelábamos conquistar. Espontáneamente comprendemos la imposibilidad de poseer lo que somos. Poseer es un verbo que conjuga estupideces. Espontáneamente desvelamos la ilusión hipnótica a la que nos hemos prestado durante tanto tiempo. Espontáneamente surge el perdón porque el error ha caído. Sin miedo todo es posible.


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