El ama de las llaves se sentÃa, además de imprescindible en la vida de palacio, una aventurera de experiencias extraordinarias en las que se adentraba con la toma de LSD y ayahuasca. Un dÃa le confesó a la reina su inmersión en esos estados alterados de conciencia. La reina sonrió y le dijo que <<muy bien>> evitando la confrontación dialéctica. La reina habitaba el estado inalterado de conciencia, algo que su ama de las llaves ni siquiera intuÃa que existiera. La reina podÃa jugar en el mundo de palacio porque era el juego convenido. Aceptaba las reglas y podÃa saltárselas todas. Pero, para el ama de las llaves, el mundo era algo muy serio con lo que contender, al que habÃa que domeñar, susceptible de ser conquistado, convencido o vencido.
Luis Amezaga